Las palabras no se las lleva el viento. Es cierto que vale más la acción que un buen discurso, pero es muy importante que sepamos que la palabra sana o hiere.

Creo que todas lo sabemos porque lo hemos experimentado en alguna ocasión; estoy segura de que podrás recordar alguna experiencia transformadora que empezó con unas palabras de aliento y de reconocimiento y, también, otras que te hicieron dudar de ti.

Muchas veces hablamos sin prestar atención, sin escoger las palabras, sin darnos cuenta del tono, la mirada o la expresión de nuestro cuerpo, siendo esto un parte fundamental del mensaje que transmitimos.

Es importante ser impecable con las palabras porque el lenguaje importa. El lenguaje no es solo descriptivo, sino que genera oportunidades o limita posibilidades. Creo firmemente que el lenguaje crea realidades y lo subestimamos.

Las palabras pueden dañar la relación e influir en los demás y, por supuesto, en nosotros mismos.

¿Cuántas veces te has quedado escuchando el eco interno de eso que te han dicho? ¿Recuerdas esas veces en las que te has dicho que era tan complicado aquello y, finalmente, no has podido conseguirlo?

Por supuesto que, sólo con el mensaje, no podemos cambiar las cosas, pero sí estoy segura de que puede influir de modo determinante en cómo las sentimos y cambiamos nosotros.

Es vital la intención, la actitud y la emoción que desprenden nuestras palabras. Si no hay coherencia entre el contenido del mensaje y todo eso, confundimos a los demás.

Además, es importante saber que al igual que las palabras son de cada persona, la interpretación que hacemos de ellas también es de cada uno de nosotros; pero hoy hablamos de nuestras palabras.

¿te has parado a pensar cómo las dices?

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